El lápiz del carpintero
miércoles, 30 de julio de 2008
Pedro Ugarte es un escritor bilbaíno, relativamente desconocido hasta que en 1996 fue finalista del Premio Herralde con su primera novela El cuerpo de las nadadoras (hasta entonces tan sólo había parido poemarios, galardonados igualmente) No obstante, el motivo de que le deidque un post es para elevarlo, junto con otros periodistas, narradores de lo cotidiano, fotógrafos del prestérito perfecto simple, como son Santiago Segurola, Enric González o Naom.
Ugarte es un columnista atípico. Si bien la ironía es un arma que comparte con otros narradores, pocos virtuosos de la palabra como él se asoman a las páginas impresas de los diarios. Ugarte combina la reflexión con el placer de la lectura. Conduce al lector a través de una luminosa travesía literaria, rica en forma y contenido, sin el tedioso lastre de la inmensidad y la egolatría. Ugarte trata de gustar contando siendo quien es. Inconmensurable sinceridad.
Para muestra un botón, dado que después de ensalzar las cualidades del protagonista, sería más que censurable no permitir evaluar mis gustos literarios.
Mal ejemplo (Publicado el 12 de julio de 2008 en El País)
Vueltas y más vueltas le estoy dando a la afirmación de Arzalluz de que Josu Jon Imaz es mal ejemplo para la juventud vasca; vueltas que le doy y no acabo de ver ninguna luz al fondo. Hace tiempo que las declaraciones de ese hombre no sólo son incomprensibles sino que, a medida que pasan los otoños y se debilita el roble, comprobamos que segrega resina más oscura, y que su verbo adopta el color de la moribunda hojarasca. Las palabras de Arzalluz asoman otoñales y torcidas. Realmente nadie toma en serio al personaje. Cuando la glosa de un hombre público pasa del analista político al comentarista literario es que su estatura ha achicado hasta amoldarse a la hechura de los frikis. Eso lo dice todo: de Arzalluz no hablan los analistas, hablamos los literatos. Ya no es una ocasión para el pensamiento sino una excusa para la retórica. Vaya final. Es de temer que Arzalluz termine por extraviar definitivamente los papeles y que sus reflexiones, cada vez más sorprendentes, acaben despeñándose por las llambrias del dadaísmo. Y entonces hasta los comentaristas literarios tendremos que callar, llevados por la misericordia, por un pudoroso sentimiento de piedad.
Arzalluz siempre quiso mal a Imaz, y mira que el chico se afilió al partido con quince años y ha sido leal incluso en el momento más amargo: cuando liquidaban a conciencia su carrera política. Pero no es eso lo que molesta al viejo y pesado león del joven leopardo. Imaz pasó de la militancia juvenil a la presidencia del Euzkadi Buru Batzar, pero también, para asombro de alderdikides, aprendió idiomas, y alcanzó licenciaturas y doctorados. Quizás ahí sí hay algo que no le gusta a Arzalluz: entre el batzoki y ser presidente del EBB Imaz se ganó una formación que le eximía de depender para siempre del aparato de un partido, autonomía atípica en la clase política vasca, donde muchas biografías no tienen otro perfil que el de una sumisión remunerada. Y en eso Imaz compone una biografía singular: en el PNV la norma ha sido pasar de la barra del batzoki a las más altas responsabilidades, sin estaciones intermedias. Eso sí que era un mal ejemplo para la juventud de Euskadi, y un mal ejemplo que prodiga todo el espectro de nuestra partitocracia, donde se alcanzan altas cotas de poder con niveles subterráneos de formación. Una empresa de selección no sabría qué hacer con algunos currículos de nuestros líderes, como no sea utilizarlos en innobles tareas de higiene personal.
Lo que anida en las palabras de Arzalluz es la desconfianza del burócrata ante el triunfo basado en el esfuerzo, el desprecio que profesa el aparato al profesional independiente, el rencor del político que no imagina que la vida sea posible al margen del entramado partidista. Buena parte de nuestra clase dirigente no concibe sustento alguno al margen del dinero que aportan los contribuyentes. A los políticos vascos, cuando termina su fase cenital, se les busca algún apeadero, pero siempre a cargo del presupuesto público. Eso de ver a ex políticos accediendo a altas responsabilidades empresariales no debería ser un mal ejemplo, sino un ejemplo a seguir.
Si un doctor universitario que habla cinco idiomas, que se va de la jefatura de un partido con dolorosa elegancia y que luego alcanza el éxito en el mundo de la empresa le parece a Arzalluz un mal ejemplo para la juventud es que nos encontramos con un problema estético. Qué feo el paisaje moral de este paisito, qué fauna encanallada transita por sus parques, qué horror de orangutanes aullando al fondo del zoológico.
Ugarte es un columnista atípico. Si bien la ironía es un arma que comparte con otros narradores, pocos virtuosos de la palabra como él se asoman a las páginas impresas de los diarios. Ugarte combina la reflexión con el placer de la lectura. Conduce al lector a través de una luminosa travesía literaria, rica en forma y contenido, sin el tedioso lastre de la inmensidad y la egolatría. Ugarte trata de gustar contando siendo quien es. Inconmensurable sinceridad.
Para muestra un botón, dado que después de ensalzar las cualidades del protagonista, sería más que censurable no permitir evaluar mis gustos literarios.
Mal ejemplo (Publicado el 12 de julio de 2008 en El País)
Vueltas y más vueltas le estoy dando a la afirmación de Arzalluz de que Josu Jon Imaz es mal ejemplo para la juventud vasca; vueltas que le doy y no acabo de ver ninguna luz al fondo. Hace tiempo que las declaraciones de ese hombre no sólo son incomprensibles sino que, a medida que pasan los otoños y se debilita el roble, comprobamos que segrega resina más oscura, y que su verbo adopta el color de la moribunda hojarasca. Las palabras de Arzalluz asoman otoñales y torcidas. Realmente nadie toma en serio al personaje. Cuando la glosa de un hombre público pasa del analista político al comentarista literario es que su estatura ha achicado hasta amoldarse a la hechura de los frikis. Eso lo dice todo: de Arzalluz no hablan los analistas, hablamos los literatos. Ya no es una ocasión para el pensamiento sino una excusa para la retórica. Vaya final. Es de temer que Arzalluz termine por extraviar definitivamente los papeles y que sus reflexiones, cada vez más sorprendentes, acaben despeñándose por las llambrias del dadaísmo. Y entonces hasta los comentaristas literarios tendremos que callar, llevados por la misericordia, por un pudoroso sentimiento de piedad.
Arzalluz siempre quiso mal a Imaz, y mira que el chico se afilió al partido con quince años y ha sido leal incluso en el momento más amargo: cuando liquidaban a conciencia su carrera política. Pero no es eso lo que molesta al viejo y pesado león del joven leopardo. Imaz pasó de la militancia juvenil a la presidencia del Euzkadi Buru Batzar, pero también, para asombro de alderdikides, aprendió idiomas, y alcanzó licenciaturas y doctorados. Quizás ahí sí hay algo que no le gusta a Arzalluz: entre el batzoki y ser presidente del EBB Imaz se ganó una formación que le eximía de depender para siempre del aparato de un partido, autonomía atípica en la clase política vasca, donde muchas biografías no tienen otro perfil que el de una sumisión remunerada. Y en eso Imaz compone una biografía singular: en el PNV la norma ha sido pasar de la barra del batzoki a las más altas responsabilidades, sin estaciones intermedias. Eso sí que era un mal ejemplo para la juventud de Euskadi, y un mal ejemplo que prodiga todo el espectro de nuestra partitocracia, donde se alcanzan altas cotas de poder con niveles subterráneos de formación. Una empresa de selección no sabría qué hacer con algunos currículos de nuestros líderes, como no sea utilizarlos en innobles tareas de higiene personal.
Lo que anida en las palabras de Arzalluz es la desconfianza del burócrata ante el triunfo basado en el esfuerzo, el desprecio que profesa el aparato al profesional independiente, el rencor del político que no imagina que la vida sea posible al margen del entramado partidista. Buena parte de nuestra clase dirigente no concibe sustento alguno al margen del dinero que aportan los contribuyentes. A los políticos vascos, cuando termina su fase cenital, se les busca algún apeadero, pero siempre a cargo del presupuesto público. Eso de ver a ex políticos accediendo a altas responsabilidades empresariales no debería ser un mal ejemplo, sino un ejemplo a seguir.
Si un doctor universitario que habla cinco idiomas, que se va de la jefatura de un partido con dolorosa elegancia y que luego alcanza el éxito en el mundo de la empresa le parece a Arzalluz un mal ejemplo para la juventud es que nos encontramos con un problema estético. Qué feo el paisaje moral de este paisito, qué fauna encanallada transita por sus parques, qué horror de orangutanes aullando al fondo del zoológico.
Etiquetas: Literatura
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