En honor a la verdad

"Ustedes me representan, ustedes son mi parlamento".
¿Quién no recuerda las palabras de Pilar Manjón hace una semana en la Comisión por los atentados del 11 de Mayo en Madrid? Cinco horas de intervención que para la desgracia de este país, y de cualquier país en el que sucediera, representaron una lección moral para la clase política, una lección de realidad que lamentablemente no ha sido asimilada por aquellos que dirigen nuestro país. Tras varios meses de pantomima, de reuniones vacuas con objetivo irrelevante para este país y preacordado antes del nacimiento de la misma, la portavoz de la Asociación de Víctimas del 11-M expuso ante los representantes y portavoces de los partidos de la Cámara así como de los medios de comunicación y por ende de la opinión pública de este país una serie de verdades que están en boca de todas pero que nadie se para a enunciar en voz alta. Apoyada por los medios de comunicación en su conjunto, hemos asistido a un espéctaculo lamentable, a un número de payasos, de riña de patio de colegio(eso sí, muy bien remunerado, ya que los participantes de la comisión reciben un sueldo extra por su participación en la misma), a una nueva escena en la que comprobamos que los políticos no representan al pueblo, que por desgracia, debería ser el verdadero dirigente del país, como trataban de hacernos creer los ilustrados.
Manjón nos hizo ver que es verdad que nosotros no dirigimos el destino de nuestras vidas, ya que nuestro voto, ese "derecho democrático", casi divino, del que disponemos cada cuatro años, cada vez representa menos nuestra voluntad, nuestras ideas, el destino elegido por nosotros. Ese trozo de papel, más bien el derecho a ser dignos de escribir en un papel qué queremos para nosotros, para los nuestros y en definitiva para todos, por el que se ha luchado, no solo en este país si no en muchos otros en los que todavía se pugna por él, ha perdido completamente su razón de ser y se ha convertido en una justificación, en una coartada para que unos pocos ejerzan el poder o la autorización de acuerdo a su grado para someter a su voluntad las del resto. No sé si la democracia está en crisis pero sí que está claro que la clase política sí, o mejor dicho, la representatividad de la misma. ¿Acaso puedo creer que los más de diez millones de personas que mostraron su apoyo a José María Aznar en las elecciones de 2000, estaban de acuerdo con el apoyo de este país en la guerra, mientras que la estadísticas de los medios evidenciaban que la mayoría del país no estaba de acuerdo con tal decisión?
Es probable que este país no esté preparado para tomar descisiones como las que implican participar en el sufragio. La permisividad mostrada a la clase política, la escasa memoria de los ciudadanos, la ausencia de protesta ante los incumplimientos de las promesas, así como la nula implicación de los votantes, es decir, el pueblo en la realidad cotidiana me hace dudar de nuestra capacidad paa emitir un voto. A lo largo de los años de la democracia, hemos comprobado la escasa dignidad de los distintos partidos políticos para con sus votantes y sus vecinos, hemos podido observar la absoluta desvinculación de los representantes políticos con la ideología de su partido y de las personas que mostraron su apoyo, hemos asistido a despreciables actos que constantan que el poder corrompe (la Comisión que a día de hoy no sabemos si continuará o no, a pesar de las palabras de Pilar Manjón, es el último de los casos) y a pesar de ello, seguimos acudiendo a las urnas cada cuatro años a desperdiciar nuestro único momento de gloria, el que puede ayudarnos a describir y realizar la realidad que queremos y elevar los cimientos del futuro que deseamos. ¿Estamos seguros que todavía creemos que nosotros, el Pueblo, somos lo verdaderos dirigentes de este país?¿Acaso hemos olvidado que el poder es nuestro?

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Los timadores

Las primeras posiciones en todos los rankings (no como cierto individuo en competiciones baloncestísticas virtuales): los más vendidos, los más ricos, los más regalados, los objetos estrella de las navidades, ocupando las manos de todos los viajeros en los vagones de metro, una plaga en los escaparates, infestando las estanterías, el centro de todos los comentarios. La lamentable dinastía de los best sellers ha encontrado un nuevo candidato a la sucesión, gracias a méritos, esencialmente, por no decir, únicamente, económicos. Sí, estoy hablando de "El código Da Vinci", el libro de moda. Y es que yo también he sucumbido a las voraces fauces de la bestia y he sido devorado por cada una de las 550 páginas del nefasto engendro de Dan Brown, para llegar a una conclusión que lamentablemente hacía tiempo que había enunciado: tenemos un paladar analfabeto.



Ken Follet, David Cook, John Grisham, Tom Clancy, Noah Gordon, Anne Rice, Michael Crichton, Katherine Neville y recientemente Dan Brown, entre otros, se han manifestado como diabólicas máquinas que escupen páginas por minutos. Son los autores de los denominados libros de avión o de playa (poco imaginativa y escasamente original apelativo con el que englobo a las obras que se adquieren para consumir en vuelos y/o periodos vacacionales), obras de escasa y muy dudosa calidad literaria que son consumidas por una cantidad obscena de individuos, teniendo en cuenta la paupérrima valía de las mismas. Todos ellos grandes figuras para las editoriales, que clasifican a sus escritores en función de los ejemplares vendidos y las ediciones realizadas de cada una de sus obras, números unos en los ranking de ventas mientras que los verdaderos artesanos de la palabra son despreciados, abandonados al ostracismo y obligados a abandonar el trono de la gloria por el pozo del olvido.

Un amigo me comentó que había comenzado a leer, según él a disfrutar, el libro que ha catapultado a la fama, tanto por su efecto de dependencia sobre el lector como por la polémica suscitada en sectores religiosos y cercanos o adscritos a religión cristiana, al estadounidense Dan Brown. Comentaba mi amigo que en un día había "devorado" más de 70 páginas (término que literalmente utilizó para denominar la avidez con la que consumía las páginas), lo que supone un logro para él, dado el escaso número de horas de ocio que le conceden su trabajo y su pareja. Cuatro días más tarde anunció que había finalizado el libro y que estaba ansioso ante la inminente publicación de la siguiente obra del mismo autor, "Ángeles y demonios". Una pregunta que me realizó que amenazaba con desvelarme el final del libro me llevaron a adquirir (en el sentido material, no económico) un ejemplar. El proceso de su lectura podría resumirlo en la siguientes partes:

De la página 1 a la página 50: Escaso interés en el relato y absoluto desconcierto al comparar mi desidia con la compulsiva lectura de mi amigo.
De la página 51 a la página 120: Primeros síntomas de la animadversión que me iba a producir el libro en cuestión.
De la página 121 a la página 250: Profundo desagrado ante la escasa decencia del autor a la hora de manipular la narración y con ello, al lector.
De la página 251 a la página 400: Perplejidad ante el escaso criterio de los lectores, que han elevado a los altares ( y ningún mejor dicho, dado el tema de la obra) a semejante tomadura de pelo.
De la página 401 a la página 550: Continencia de las nauseas y el deseo de finalizar de una vez por todas y cuanto antes el libro, y poder así contestar a la pregunta de mi amigo.

550 páginas de pura manipulación donde el autor nos hace partícipe de conversaciones irreales, distorsionadas, con personajes que cuentan, no medias verdades sino historias interrumpidas, donde incluso los pensamientos de los protagonistas son artificiales, con el único fin de mantener la atención del lector, más evocando y floreciendo su personalidad chismosa o cotilla que por el interés que genera lo relatado. Seres irreales, que muestran sus personalidad sólo para apoyar la historia y no por poseer una naturaleza y características verdaderas. Un relato fantástico, incongruente, en su acepción más denigrante, que adolece de honestidad por la escasa integridad del autor para con el lector.

Tras realizar el recuento del número de horas de vida que he desperdiciado para nunca recuperar en la lectura del libro, la ira me invade al ser consciente de que Shakespeare, Nabokov, Faulkner, Dickens, Tolstoi, Twain, Dostoievski, Flaubert, Conrad acumulan polvo en las estanterías de los que hasta ahora consideraba museos de letras, mientras las excavadoras amontonan ejemplaresde este tipo de novelas, ladrillos en realidad, para elevar más todavía el muro del analfabetismo cultural. Best seller, gran término, inteligente denominación, ya que sólo ensalza el carácter mercantil de la obra. Reconozco que mi inocencia es supina al no ser consciente de la realidad viendo lo que sucede de 5 de la tarde a 1 de la madrugada en los cines de cualquier ciudad, donde Wild Wild West congrega a más personas ante su lona blanca que Mifune, pero es que siempre he tenido esperanzas en el, erróneamente denominado, ser racional. "Si lo lee tanta gente, por algo será" algunos me dirán. Es verdad. 2 millones de fumadores tampoco pueden estar equivocados.

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El nacimiento de una nación

Quizá el título elegido no sea el más adecuado, dado el grado de fanatismo proamericano del autor y de su demostrado sentimiento racista y xenófobo, D.W. Griffith, uno de los "padres" (en el sentido más carnal de la palabra) del séptimo arte, pero el carácter cinematográfico que seguramente tendrá este blog obliga a bautizar esta primera intervención con un título como éste, por las similitudes semánticas y cronológicas.

Así que ya está. Este el comienzo. Veo bajo mis pies la línea de salida y en realidad reconozco que me da miedo dar los primeros pasos, miedo a que nuevamente deje a medias un sueño. Envidio a todos esos literatos que, periódicamente, se asoman al mundo a través de un pequeño espacio que se mantiene en equilibrio en el borde de una página. Saludan, exponen, maravillan, conciencian, y se despiden hasta una próxima ocasión que su público ansía que sea lo más pronto posible.

No soy Vicente Verdú, ni Elvira Lindo, Haro Tecglen, Francisco Umbral, Sergi Pamiés, Ramón de España, Vargas-Llosa, Saramago. Sé también que nunca lo seré. Pero siempre he deseado poder algún día aprovechar su sombra para, sigilosamente, deslizar un par de mis voces en los márgenes de sus manifiestos. Ahora tengo mi oportunidad. El futuro me da ha regalado un espejismo de lo que siempre deseé. Y como cualquier mortal, me conformo con poca cosa.

Así que, y sobre todo, Bienvenidos. Esta es mi casa pero con las puertas y ventanas abiertas. Colaros en ella o consideraos invitados. Porque esto en realidad no existe, pero nos permite creer que somos lo que nos gustaría pero nunca seremos. Y digo yo: ¿Qué más da?

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