La suerte dormida



























Au revoir. La selección española del deporte rey ha vuelto a despedirse de la máxima competición mundial (prácticamente del cualquier ámbito, ya que es el acontecimiento que reúne mayores miradas en todo el globo) hundiendo en la desesperación y borrando en un parpadeo las buenas sensaciones iniciales. ¿O no? Quizás el festín inaugural solo fue una partida en nivel fácil contra una selección primeriza, temerosa, agarrotada, falta de descaro e indolente. Puede ser que la segunda incursiva dejó el buen sabor de una mala comida acompañada de un excelente y opíparo postre, fuegos de artificios contra un rival, en el fondo menor, que no pudo con la presión ni de la victoria ni de tener que tomar las riendas del partido. Tal vez el partido de los sparrings, el de consolación de los suplentes fuera la crónica de la muerte anunciada. No lo sé y tampoco me voy a para a analizarlo ya que el fútbol es un ámbito que desconozco y en el que sólo me atrevo a penetrar en el anonimato y la coartada que conceden las cuadrillas de amigos.

Déjà vu. Esta historia la conocemos de sobra. No tengo una gran memoria histórica, la verdad. Recuerdo pocas imágenes porque mi implicación en la realidad deportiva de este país (probablemente a la que más importancia se le da, por encima de la política y social) fue tardía. Además, nunca he sido muy seguidor de la Selección, con mayúsculas, lo que me permite trivializar la desesperación y el desánimo que producen sus actuaciones pero puedo recordar el fallo de Salinas, el gol de Baggio y el codazo a Luis Enrique, el fallo de Zubizarreta, el penalti de Raúl, la sequía en Portugal… Cardeñosa, Arkonada, Santillana, Míchel y el gol fantasma son batallitas de ancianos que quedan lejos para mí. Pero todas esas historias tiene un factor equivalente, un denominador común: la suerte. No creo mucho en el azar pero sí la estrella de cada persona y la historia ha demostrado que este país es el primero de los perdedores, un secundario de lujo, el Robin que nunca llegará a Batman. Por un motivo u otro, el destino de esta selección es defraudar las elevadas aspiraciones que el entorno genera cuando la historia no justifica similares expectativas.

C’est la vie. Cuando Puyol protegió en los albores del segundo gol, el balón ante la acometida de Henry supe que el árbitro picaría en la falta que solicitaría el ariete francés. Cuando pude vislumbrar el escenario que había generado la equivocación del árbitro, sólo dije dos palabras: Se acabó. Era el destino. Una señal. Falta injusta y minutos finales del tiempo de partido. La combinación de los elementos, cuando la selección es la variable fija, tiene una solución única: gol. El balón besó la red. Yo ya estaba de espaldas, maravillado por la bucle que forma el destino. El inicio es siempre el final.

 

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