Estado crítico
jueves, 28 de junio de 2007
Inspirado por Malabarhill, ese pozo de sabiduría cinematográfica, y aprovechando además que, por fin, Cahiers ha sacado una versión para los no francófonos (ya van por el número dos y reconozco que no he leído ninguno), me apetecía escribir un post sobre los críticos de cine de hoy en día.
Nunca han tenido buena fama. Siempre se ha dicho que su gusto va en contra de la marea humana pero no se les debe negar cierto grado de discriminación positiva que ha evitado la completa vulgarización del criterio de la masa. Pero el que oficia de juez y verdugo fílmico ha entrado en un proceso endogámico, autocomplaciente, de un tufo hediondo de esnobismo, en el que aquellos que se consideran "La Verdad" han encriptado su mensaje, a través de la redundancia en el lirismo y abusando de un uso manierista de la palabra. Es decir, expresarse adoleciendo de sentido común. Los críticos han olvidado el sentido de su oficio, su razón de ser como comunicadores. No deben sentar cátedra si no transmitir al potencial espectador el contenido de la película y su valoración de la misma de acuerdo a ciertos criterios definidos de oficio y estilo, englobado en un halo, obviamente, muy subjetivo. El sentido del oficio de crítico de cine debe de ser el de educador en el séptimo arte, evitando ascender a deidad del gusto y del criterio.
A pesar de los problemas de comunicación o entendimiento que han surgido, o bien fruto de ellos, la aparente contaminación de la capacidad de discernimiento de los críticos me alarma. No se trata simplemente de gustos diferentes si no que empieza a alcanzar niveles de antagonismo. Es habitual que se discrepe sobre películas pero situarse en el polo opuesto o no alcanzar un grado de tan elevada satisfacción como el que dejan entrever en algunas de las rendijas de sus tupidas valoraciones. Prefiero pensar que su elocuencia se debe a que, entre tanta miseria cultural que encuentran semanalmente en las carteleras, ciertas películas hechas con oficio y gusto, suponen un oasis en una travesía árida y dura.
Tras la muerte de Ángel Fernández-Santos, cuyo legado a asumido su hija Elsa, aunque se prodiga poco en el medio, pocos son los críticos de primer orden de este país. El carnicero Boyero, capaz de lo mejor y lo peor; Diego Galán, que no es crítico pero ojalá que lo fuera, ya que sus panorámicas sobre el séptimo arte son caviar; Vicente Molina Foix, más escritor que crítico...
Yo presto atención a críticos de tres medios, aunque podrían acusarme de poca pluralidad, ya que todos pertenecen al Grupo Prisa: El cine de Lo que yo te diga (cada sábado en la SER), Cinemanía (mensual) y El País (cada viernes). El crítico del primer medio, que cataloga películas del 1 al 10, suele ser demasiado generoso en sus valoraciones pero como virtud hay que reconocerle que son breves, directas y siempre acompañadas de una breve sinopsis para que queden . En el caso del segundo, igualmente generosos, esencialmente con las películas que distribuye Sogepaq, se les vislumbra un quiero y no puedo a la hora de dotar de cierto grado de riqueza literaria. Todos los meses tiene una metedura de pata pero, con dichas limitaciones, suelo compartir su discernimiento entre malas y aceptables o más.
En El País, encuentro las dos caras de la misma moneda. Javier Ocaña es mi crítico de cine preferido. Ha alcanzado un equilibrio perfecto entre su estilo de expresión y la necesidad del lector de alcanzar el mensaje de su valoración. En las antípodas, se encuentra Joaquín Costa. Aparentemente culto (no tengo el placer de conocerle), sabio en las letras y el cine, ese tipo de personas que, de su autoridad a la hora de expresarse y tu desconocimiento sobre las materias de las que versa, no hacen si no hacerte sentir insignificante. No voy a entrar en si su expresión es enrevesada o dificultosa, que en multitud de ocasiones me lo parece, ya que ese apartado es relativo a la inteligencia de cada uno y los conocimientos del lenguaje del individuo. El principal defecto de este crítico es que, habitualmente para entenderle, tienes que haber visionado la materia sobre la que se desarrolla la valoración, cuando la esencia de la crítica es su "a priorismo" para determinar y separa lo bueno de lo malo, lo necesario de lo evitable.
Mañana leeré las críticas de El País, estoy a la espera de que Lo que yo te diga cuelgue el programa del pasado fin de semana y ya tengo la Cinemanía de este mes. Quizás no esté de acuerdo con lo que ponen pero igual sin ellos, vería más morralla que la habitual.
Nunca han tenido buena fama. Siempre se ha dicho que su gusto va en contra de la marea humana pero no se les debe negar cierto grado de discriminación positiva que ha evitado la completa vulgarización del criterio de la masa. Pero el que oficia de juez y verdugo fílmico ha entrado en un proceso endogámico, autocomplaciente, de un tufo hediondo de esnobismo, en el que aquellos que se consideran "La Verdad" han encriptado su mensaje, a través de la redundancia en el lirismo y abusando de un uso manierista de la palabra. Es decir, expresarse adoleciendo de sentido común. Los críticos han olvidado el sentido de su oficio, su razón de ser como comunicadores. No deben sentar cátedra si no transmitir al potencial espectador el contenido de la película y su valoración de la misma de acuerdo a ciertos criterios definidos de oficio y estilo, englobado en un halo, obviamente, muy subjetivo. El sentido del oficio de crítico de cine debe de ser el de educador en el séptimo arte, evitando ascender a deidad del gusto y del criterio.
A pesar de los problemas de comunicación o entendimiento que han surgido, o bien fruto de ellos, la aparente contaminación de la capacidad de discernimiento de los críticos me alarma. No se trata simplemente de gustos diferentes si no que empieza a alcanzar niveles de antagonismo. Es habitual que se discrepe sobre películas pero situarse en el polo opuesto o no alcanzar un grado de tan elevada satisfacción como el que dejan entrever en algunas de las rendijas de sus tupidas valoraciones. Prefiero pensar que su elocuencia se debe a que, entre tanta miseria cultural que encuentran semanalmente en las carteleras, ciertas películas hechas con oficio y gusto, suponen un oasis en una travesía árida y dura.
Tras la muerte de Ángel Fernández-Santos, cuyo legado a asumido su hija Elsa, aunque se prodiga poco en el medio, pocos son los críticos de primer orden de este país. El carnicero Boyero, capaz de lo mejor y lo peor; Diego Galán, que no es crítico pero ojalá que lo fuera, ya que sus panorámicas sobre el séptimo arte son caviar; Vicente Molina Foix, más escritor que crítico...
Yo presto atención a críticos de tres medios, aunque podrían acusarme de poca pluralidad, ya que todos pertenecen al Grupo Prisa: El cine de Lo que yo te diga (cada sábado en la SER), Cinemanía (mensual) y El País (cada viernes). El crítico del primer medio, que cataloga películas del 1 al 10, suele ser demasiado generoso en sus valoraciones pero como virtud hay que reconocerle que son breves, directas y siempre acompañadas de una breve sinopsis para que queden . En el caso del segundo, igualmente generosos, esencialmente con las películas que distribuye Sogepaq, se les vislumbra un quiero y no puedo a la hora de dotar de cierto grado de riqueza literaria. Todos los meses tiene una metedura de pata pero, con dichas limitaciones, suelo compartir su discernimiento entre malas y aceptables o más.
En El País, encuentro las dos caras de la misma moneda. Javier Ocaña es mi crítico de cine preferido. Ha alcanzado un equilibrio perfecto entre su estilo de expresión y la necesidad del lector de alcanzar el mensaje de su valoración. En las antípodas, se encuentra Joaquín Costa. Aparentemente culto (no tengo el placer de conocerle), sabio en las letras y el cine, ese tipo de personas que, de su autoridad a la hora de expresarse y tu desconocimiento sobre las materias de las que versa, no hacen si no hacerte sentir insignificante. No voy a entrar en si su expresión es enrevesada o dificultosa, que en multitud de ocasiones me lo parece, ya que ese apartado es relativo a la inteligencia de cada uno y los conocimientos del lenguaje del individuo. El principal defecto de este crítico es que, habitualmente para entenderle, tienes que haber visionado la materia sobre la que se desarrolla la valoración, cuando la esencia de la crítica es su "a priorismo" para determinar y separa lo bueno de lo malo, lo necesario de lo evitable.
Mañana leeré las críticas de El País, estoy a la espera de que Lo que yo te diga cuelgue el programa del pasado fin de semana y ya tengo la Cinemanía de este mes. Quizás no esté de acuerdo con lo que ponen pero igual sin ellos, vería más morralla que la habitual.
Etiquetas: Cine
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